domingo, 5 de febrero de 2012

No se muere dos veces, pero una es inevitable.





 
Pulsa play y a leer!


Sumikha, (Rusia), 13 de Septiembre de 2004.

   Por estos parajes fríos hay un refrán que dice "No se muere dos veces, pero una es inevitable"... También dicen que cuando la muerte llama a tu puerta, ves pasar tu vida en décimas de segundo. Vania debía de estar muriendo, o al menos una parte de él.

   De camino a Cheliabinsk, en el frío tren transiberiano, se puede contemplar la belleza de los parajes helados, la hermosura de lo inhóspito, de lo indomable por el ser humano. Pequeñas poblaciones de no más de 40 habitantes se atreven a desafiar estas condiciones.

   Si tuviéramos que establecer un origen para Vania sería este momento de su vida. A veces el comienzo de algo supone sin duda alguna la muerte de otra cosa... La muerte de lo hasta ahora conocido simboliza la vida de lo nuevo.

   Con la cabeza apoyada en la ventana del tren, Vania se hacía el dormido para evitar entablar conversación con cualquier otro "camarada". Quería saborear, beberse hasta las heces la fría copa de la despedida, el "smyrt" (muerte) de su vida.

   Las imágenes se sucedían una tras otra, como una concatenación de ecos del pasado que ahora se sentían muy presentes... Fue al baño, se quitó la ropa y miró su cuerpo reflejado en el espejo, con las manos temblorosas comenzó a tocar sus pies. Recordó cuántas veces había escapado de casa, las veces que había saltado intentando agarrar las estrellas. Allí estaba el pequeño agujero dejado por un clavo en el pie izquierdo, fruto de un armario que pagó su impotencia al recibir "el castigo paterno".

   Siguió ascendiendo por los muslos, muslos aún fuertes por la continua práctica de kettlebells, el olvidado deporte favorito de Vania, olvidado forzosamente puesto que no había dinero para seguir pagando la matrícula, porque mamá no pasaba demasiado tiempo en casa y porque las tareas del hogar debían repartirse entre los hermanos.

   Ascendió hasta la espalda, espalda cargada del peso de una familia desestructurada, cargada de cicatrices, pequeños cortes que se extendían a lo largo y ancho de la espalda, formando el mapa de la hasta ahora vida de Vania. Los había de todos los tamaños pero no de diversas profundidades, puesto que los castigos no debían notarse de puertas hacia afuera.

   Palpó su cabeza, la cicatriz en la sien derecha... lágrimas y más lágrimas, ríos de sal se diluían por su cara. Sin embargo, las cicatrices que más duelen no son las que dejan una señal en el cuerpo sino las que la dejan en el alma.

   Una vez leí: "Si se llega a un punto determinado, ya no hay regreso posible. Hay que alcanzar ese punto." (Frank kafka). No había vuelta atrás. Vania debía emprender el viaje, para empezar a sumar en puntos positivos había que poner la cuenta a cero. ¿Huyó? Se había enfrentado muchas veces a la misma situación teniendo como resultado el golpe contra el muro, no había nada que pudiera cambiar.

   Un 13 de septiembre llegó a Cheliabinsk. Salió el 10 desde Sumikha con una sola maleta y una foto de su madre; foto que apretaba en el puño, escondido en el bolsillo. No quiso leer el reverso hasta que puso pie en la estación de Cheliabinsk. Entonces la sacó y le dió la vuelta:

   Ya tebya lyublyu, Moya liubov (te quiero mucho, amor mío)

   Moya liubov... Recordaba cuando mamá le iba a recoger al colegio.

   No se muere dos veces, pero una es inevitable

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